¡Qué
hermosos eran, oh Italia, tus Mil, vestidos como sencillos civiles, y
luchando contra los bravucones emperifollados y dorados del
despotismo, empujándoles como a un vil rebaño! ¡Qué hermosos eran
vestidos de cualquier manera tal y como salieron de los talleres
cuando sonó el clarín del deber que les llamaba! ¡Eran hermosos!
¡Muy.hermosos!, con el traje y sombrero del estudiante o con la ropa
más modesta del albañil, el carpintero, el cerrajero! 1 y frente a
esta tropa sin uniforme huían los comerciantes de conciencias,
barrigudos, dorados, cubiertos de bordados y de hombreras.
Sí,
Italia, tus Mil eran hermosos. Representaban tu ejército del mañana.
Pronto -lo repito- no serán miles sino millones. ¿Y entonces?
Entonces, hermosa desgraciada, tus arrogantes dominadores
desaparecerán de tu suelo, y con ellos desaparecerán los infames
traficantes de tu miseria y de tu vergüenza.
Los
Mil (no lo olvidéis, jóvenes italianos) se convertirán en el
Millón, y diez ejércitos cubiertos de adornos desaparecerán ante
vuestros ojos como el humo desaparece con el viento.
Entonces
os pertenecerá el fruto de vuestro sudor. Todos los bienes en los
que la naturaleza fue pródiga serán para vosotros. Y la virgen a la
que habéis jurado un amor de italiano, ardiente como la lava de
nuestros volcanes, la virgen a la que habéis consagrado una vida sin
tacha, será vuestra, purificada del contacto corrompido del sicario.
Pero
no seáis sordos a la llamada y recordad que por falta de soldados
han fracasado muchas generosas empresas.
Mientras
el suelo sagrado en el que estáis lo pise el soldado extranjero,
acudid cualquiera que sea el sonido del clarín que os llame. Tanto
si es el ejército regular como el de los voluntarios, acudid, desde
el momento en que están luchando contra el opresor. No escuchéis,
como en Mentana, la voz de esos traidores que empujaron a la
deserción a millares de jóvenes, con el pretexto de que se había
de volver a casa para proclamar la república y construir barricadas.
1
Habría querido poder añadir y el
campesino. Pero
sería alterar la verdad. Esta clase, robusta y laboriosa no nos
pertenece. Obedece a la dirección del sacerdote que la mantiene
sujeta por la superstición. No se sabe de un solo campesino que se
haya unido a los voluntarios. Sirven, pero a la fuerza, y son los
eficaces instrumentos del despotismo y el clero. [Nota de Garibaldi.]